martes, 28 de agosto de 2012

Permiiiiiiiiso


El primer párrafo es un lío copado de links porque me costó un poco encontrar el texto original. Pero la verdad que me gustó mucho, y lo quería compartir por este medio.
Cito a este blog, que en esta entrada nos presenta lo siguiente: 

SALÍ CON UNA CHICA QUE NO LEE
por Charles Warnke

-publicado en el blog Punctuate This!. (así está citado en el blog, que si buscás te lleva a esta entrada, que te redirecciona a ésta que en teoría sería la original; pero buscando en la página que me dice el link del párrafo siguiente que es el que aparece en el blog desde donde cito este cuento -perdonen las repeticiones y redundancias-, encontré el texto traducido y publicado en español.


Salí con una chica que no lee. Encontrala en medio de la mugre de un bar del bajo. Encontrala en medio del humo, de la transpiración de los borrachos y de las luces psicodélicas de un boliche de lujo. Donde sea que la encontrés, descubrila sonriendo y asegurate de que la sonrisa permanezca incluso cuando su interlocutor le haya quitado la mirada. Encandilala hablándole de trivialidades; usá las típicas frases de conquista y reíte por dentro. Sacala a la calle cuando los bares y los boliches ya hayan cerrado; ignorá la fatiga que sentís. Besala bajo la lluvia y dejá que la luz tenue de un farol de la calle los ilumine, así como viste que pasa en las películas. Hacele un comentario sobre el poco significado que tiene todo eso. Llevátela a tu departamento y despachala luego de hacerle el amor. Curtítela. 

Dejá que la especie de contrato que sin darte cuenta creaste con ella se convierta poco a poco, incómodamente, en una relación. Descubrí intereses y gustos comunes como las pastas o la música pop, y construí un muro impenetrable alrededor de todo eso. Hacé del espacio común un bastión sagrado y regresá a él cada vez que el aire se vuelva pesado o las veladas se estiren demasiado. Hablale de cosas sin importancia y pensá poco. Dejá que pasen los meses sin que te des cuenta. Proponele que se mude a vivir con vos y dejala que decore la casa. Peleate con ella por cosas insignificantes como que la cortina de la ducha tiene que estar siempre cerrada para que no se llene de moho. Dejá que pase un año sin que te des cuenta. Empezá a darte cuenta. 

Llegá a la conclusión de que probablemente tendrían que casarse porque de lo contrario habrías perdido mucho tiempo de tu vida. Invitala a cenar a un restaurante fashion en Puerto Madero y asegurate de que tenga una linda vista. Pedile al mozo que le traiga la copa de champán con el anillo adentro. Apenas se dé cuenta, proponele matrimonio con todo el entusiasmo y la sinceridad que puedas juntar. No te preocupes si sentís que tu corazón está a punto de atravesarte el pecho; y si no sentís nada, tampoco te preocupes. Si hay aplausos, dejá que terminen. Si llora, sonreí como si nunca hubieras estado tan feliz; y si no lo hace, igual sonreí. 

Dejá que sigan pasando los años sin que te des cuenta. Armate una carrera en vez de conseguir un trabajo. Comprate una casa y tené dos lindos hijos. Tratá de criarlos bien. Equivocate a menudo. Caé en una aburrida indiferencia y luego en una tristeza de la misma naturaleza. Sufrí la típica crisis de los cincuenta. Envejecé. Sorprendete por tu falta de logros. En ocasiones sentite satisfecho, pero vacío y etéreo la mayor parte del tiempo. Durante las caminatas que hagas, tené la sensación de que nunca vas volver, o de que el viento puede llevarte. Contraé una enfermedad terminal. Morite, pero solamente después de haberte dado cuenta de que la chica que no lee jamás hizo vibrar tu corazón con una pasión que tuviera sentido; que nadie va a contar la historia de sus vidas, y que ella también va a morir arrepentida porque su capacidad de amar nunca generó nada. 

Hacé todas estas cosas, mierda, porque no hay nada peor que una chica que lee. Hacelo, te digo, porque una vida en el purgatorio es mejor que una en el infierno. Hacelo porque una chica que lee posee un vocabulario capaz de describir el descontento de una vida insatisfecha. Un vocabulario que analiza la belleza innata del mundo y la convierte en una necesidad alcanzable, en vez de algo maravilloso pero ajeno a vos. Una chica que lee hace alarde de un vocabulario que puede identificar lo espeso e inerte de la retórica de quien no puede amarla, y la inarticulación causada por el desespero del que la ama demasiado. Un vocabulario, carajo, que hace de mi sofística vacía un truco berreta. 

Hacelo porque la chica que lee entiende de sintaxis. La literatura le enseñó que los momentos de ternura llegan en intervalos esporádicos pero predecibles y que la vida no es plana. Sabe y exige, como corresponde, que el flujo de la vida venga con una corriente de decepción. Una chica que ha leído sobre las reglas de la sintaxis conoce las pausas irregulares –la vacilación en la respiración– que acompañan a la mentira. Sabe cuál es la diferencia entre un episodio de rabia aislado y los hábitos a los que se aferra alguien cuyo amargo cinismo continuará, sin razón y sin propósito, después de que ella haya hecho sus valijas y pronunciado un adiós inseguro. Tiene claro que en su vida no voy a ser más que unos puntos suspensivos y no una etapa; y por eso sigue su camino, porque la sintaxis le permite reconocer el ritmo y la cadencia de una vida bien vivida. 

Salí con una chica que no lee porque la que sí lo hace sabe de la importancia de la trama y puede rastrear los límites del prólogo y los agudos picos del clímax; los siente en la piel. Tendrá paciencia en caso de que haya pausas o intermedios, e intentará acelerar el desenlace. Pero sobre todo, la chica que lee conoce el inevitable significado de un final y se siente cómoda en ellos, pues ya se ha despedido de miles de héroes con apenas una pizca de tristeza. 

No salgas con una chica que lee porque ella ha aprendido a contar historias. Vos, con tu Joyce, con tu Nabokov, con tu Woolf; vos en una biblioteca, o parada en la estación del subte, tal vez sentada en la mesa de un café, o mirando por la ventana de tu cuarto. Vos, la que me hizo la vida tan difícil. La lectora ha desenredado la madeja de su vida y la ha llenado de sentido. Insiste en que la narrativa de su historia es magnífica, variada, completa; en que los personajes secundarios son coloridos y el estilo atrevido. Vos, la chica que lee, me hace querer ser todo lo que no soy. Pero yo soy débil y te voy a fallar porque vos soñaste, como corresponde, con alguien mejor que yo y no vas a aceptar la vida que te describí al inicio de este texto. No te vas a resignar a vivir sin pasión, sin perfección, a llevar una vida que no sea digna de ser contada. Por eso, andate de acá, chica que lee; tomate el siguiente tren que te lleve al sur y llevate a tu Cortázar con vos. Te odio, de verdad te odio.

martes, 21 de agosto de 2012

Soy un robot.


Esta va a ser una entrada pelotudísima, pero: yo no sé quién carajo diseña esos "captcha" con letras y números distorsionados que hay que escribir antes de poder publicar un comentario. Me revientan. Me encuentro con códigos alfanuméricos que en mi vida vi, y que nunca podré descifrar. He aquí dos de ellos:


Blogger, andate a la re puta que te parió. Va de onda.

miércoles, 15 de agosto de 2012

Respeto, hermano.


Hay cierto tipo de gente que me tiene podrida. Y es esa especie que no evidencia tener ni un poco de respeto hacia el resto de las personas. No te lo digo en cosas grosas en serio, o sí, no sé; depende.
-Hay una mujer en el edificio que vive en el piso superior al mío. Cada vez que quiere tomar el ascensor y alguien lo está usando, empieza a gritar "¡Ascensoooooor!"; no entiende que evidentemente no está disponible y va a tener que esperar su turno. Tampoco le interesa el horario. Lo reclama a los gritos pelados a las 5, 9, 14, 22:30, y está todo bien. Para corear su reclamo surgen innumerables "¡Chhhhhhssst!", obvio, de la gente que está hasta las pelotas de escucharla. El mío es el primero.
-No entiendo a la gente que se te quiere colar en la fila para subir al colectivo y piensa que va a lograrlo quedando impune. ¿Qué te pensás? ¿Que no te vi? ¿Que yo no me voy a subir, que hago filas por deporte, que estoy esperando un colectivo a las 6 de la mañana porque me resulta una actividad interesante? Lo más cómico es que cuando le decís, con cara de "no te hagas el zota" -Che, la fila es ésta-, te dicen -Aaaaay disculpá, no la vi.- Seguro que no la viste. Seguuuro que no te diste cuenta que adelante tuyo habían 15 personas con cara de dormidas y relojeando por si aparecía el bendito 128.
-Los supermercados grandes (supongo que todos, ni idea) tienen ahora cajas de prioridad, para embarazadas y gente con dificultades para movilizarse. Joya, yo entiendo que hay una caja especial de prioridad, pero si la misma tiene una cola del infierno, y veo a una mujer embarazada y con un nene en brazos al final de mi fila, le voy a ceder mi lugar. No me interesa que te moleste, que después me bufes en la nuca durante todo el tiempo que tenga que esperar hasta que me cobren; me da igual. Está bien, te metí una persona más adelante. Pero es una persona que seguramente la media hora de cola la iba a sufrir como la puta madre. Tené un cacho de empatía. Cuando seas un viejo con bastón, te va a gustar que te dejen pasar primero.

Este exabrupto surge porque estuve laburando una semana como empleada temporal en una juguetería (por el día del niño) dieciséis horas diarias, me tenían que pagar ayer, y ayer me dijeron que me llamaban hoy a la mañana. Sigo esperando.
Lástima que el sueldo no me va a alcanzar para una uzi y un Chivas. Serán el Chivas y un par de zapatos, nomás.

martes, 14 de agosto de 2012

Copate, dale

Leo este blog hace bastante. Me parece bárbaro.
Sintetizando: Ale, su autor, está metido en un proyecto para poder sacar el libro; y podés colaborar comprándolo acá. En esa página te explican bien cómo es la cosa. Y si te da cagazo tipear tu número de tarjeta de crédito (como a mi), imprimís un cupón para pagarlo en un RapiPago o Pago fácil y listo.
Daaaaale, que cuando saques el tuyo también lo vamos a comprar.

domingo, 5 de agosto de 2012

Les presento a G (platónico)


Estuve negándomelo a mí misma pero ya se me escapa el asunto de las manos.
Me estoy empezando a enamorar, creo.
Sigo viviendo en mi departamento, pero voy a dormir con él todos los días. Tengo en su departamento un cepillo de dientes, un pijama, una mesita de luz y unas pantuflas.
Ya lo estoy pensando como algo a futuro (a futuro inmediato, a corto plazo, de acá  a un par de meses, pero a futuro en fin). Así que les presento a G. Lo considero una especie de amor platónico porque estoy en esa etapa patética que repudio tanto del enamoramiento, en donde endiosamos al objeto en el que depositamos el amor al punto de considerarnos ínfimos, insignificantes, y consideramos que nos vio por una especie de milagro divino, que ese cariño que nos tiene es inmerecido, y acá nos llenamos de pensamientos infames como "con lo bueno que está cómo se pudo fijar en mi", "ya se va a dar cuenta/se va a aburrir y se va a ir". Nos volvemos chiquititos y el otro se vuelve Dios. Literalmente.
Bueno, estoy en esa etapa. Así que G es mi amor platónico, ese que nunca, nunca se iba a poder fijar en una flaquita sosa como yo.
Y se fijó, le gusto, pseudo convivimos, cocinamos, vemos películas y hablamos por horas.
Aún así no me la termino de creer (daaaaale Juli, estás soñando, no seas ilusa). Y no, no me la creo. Estoy esperando que la burbuja se pinche, que el chabon se ponga los anteojos, que se le aparezca una rubia tetona infartante y se vaya; en fin, que pase lo que siempre pasa.
Convengamos que aunque esté bastante desconfiada de la situación, me estoy enganchando igual. Y trato de que los sentimientos no vayan a tres mil por hora. Voy despacio, paso a pasito, tanteando el terreno, sin dejar entrever (o eso intento) la fascinación que tengo por el pibe.
Mientras tanto, les presento a G. Lee mucho, come chocolate, cuando sonríe compra el mundo, me prepara el café más rico de todos y se enternece con mi cara de fiaca de las mañanas.
Platónico, sin la parte del imposible.

miércoles, 1 de agosto de 2012

Perdí.


Me asusto.
Perdón, pero me aterroriza.
Es que mi mente acostumbrada a ser tan racional, a analizar cuidadosamente todo, a cuestionar cada actitud y palabra propia y ajena, a tratar de comprender las cosas de una manera casi científica y lo más objetivamente posible, sabe que cuando termine esto, no voy a estar bien.
No puede ser todo tan perfecto. Esto no va a durar mucho. Y cuando se haya ido, ¿qué?
Habituada a regular y controlar, esta catarata interminable de sentimientos me espanta. Y se multiplica. Y cada vez es más grande, resbaladiza, tiene una inercia increíble. Y me doy cuenta que ya no la voy a poder detener.
Y caigo. Me siento en caída libre, en triple mortal de cabeza, ya no tengo nada que hacer acá. No puedo predecir, no puedo intervenir en lo que siento. Me perdí. Me espanta.

Es precioso.

Obnubilación (según Fergusson-Mitchel): estado maravilloso, mágico, feliz e irrepetible previo al desastre de enamorarse.