sábado, 24 de noviembre de 2012

La piba

La piba se ríe todo el tiempo, de cualquier cosa. Generalmente eso la deja muy mal parada, pero pareciera que no le importa. O sí, pero, ¿qué tiene de malo reírse? Además no es algo que uno pueda reprimir tan fácilmente...
Comprende cuando las otras personas sufren, lo entiende, a ver: cree saber por lo que la gente pasa. Pero no sabe qué decir. Es pésima para consolar y para dar consejos. Mucho más para transmitir calma, y esas cosas que la gente necesita en esas situaciones. Pero por lo menos sabe distraer, sabe hacer pensar en otro tema. Algo es algo.
Le encanta discutir. No pelear, discutir. Sabe argumentar lo que dice, sabe dar vueltas sobre lo mismo para hacer caer al opositor, sabe preguntar justo en donde el otro no está del todo seguro. Las discusiones sobre conocimiento y filosofía, las gana. Las importantes no. Pero eso ella no lo cuenta.
Le gusta la música triste, las pinturas en blanco y negro, los ojos llorosos, que algo tienen para contar y no dicen. Cree que hay algo, una fibra sensible, en la gente que produce eso. Algo que todos poseen, sólo que algunas personas lo explotan del todo. Tal vez porque sufrieron más, o porque no pudieron disfrutar algunas cosas particulares. No interesa. Es algo diferente, que le da curiosidad.
Hay días que le gustan los colores, y saltar, y cantar, y bailar. Otros, quiere quedarse en su casa encerrada, escuchando música, mirando fotos, dibujando con esa pluma genial que hay que cargarla en un tintero antes de usarla, como las plumas viejas. Es un poco cambiante, pero un poco nada más.
No le gusta cambiar las cosas. Le gusta repetir su rutina, le gusta tener pocos zapatos y pocas polleras y pocos moños para el pelo. Tal vez eso hace que se sienta un poco más ella. Es que veces tiene miedo de diluirse, de pasar desapercibida tanto pero tanto entre la gente que llegue un momento en el que no se encuentre más, ni siquiera ella misma.

La extraño un poco. Hace varios días que me vengo diluyendo. Ya la voy a encontrar de nuevo.

jueves, 22 de noviembre de 2012

Carta de Pablo a Sofía

Sofi:
Te olvidaste el cepillo de dientes, un labial, un collar con muchos colores. Un esmalte, unas alpargatas viejas, y tu cuaderno con bocetos, que enseguida volviste a buscar. Me hubiera gustado quedarme con tus dibujos, eran como cuentos cortos de lo que te pasaba. Si hubiera prestado atención a lo que dibujabas me hubiera dado cuenta antes de que no estábamos bien. O no, porque nunca te supe leer de la misma manera que vos a mí. Yo estaba enfrascado, me hacía sentir seguro y tranquilo. Ahora me doy cuenta. Nunca te gustó tener la vida armada que yo tenía, como una estructura reutilizable por tres o cuatro décadas más. La idea te espantaba.
Primero cambiaste las cortinas. Después, la frazada. Empezaste a pegar dibujitos en mis paredes, ¡en las paredes! Sofi, yo nunca había pegado ni un póster cuando era chico. Me estabas llenando de cinta scoch todo, y me encantaba.
Te diste cuenta que yo no iba a cambiar. Que pensaba ser así hasta los ochenta.
Es triste cuando alguien te deja de querer, supongo. Pero más triste es que no pase eso, sino que se vaya simplemente porque las cosas no pueden funcionar.
Que te hayas ido me dejó un vacío terrible. El problema de cuando te falta algo y sabés qué es, es que no lo podés reemplazar con nada. Y sos consciente, así, de que es imposible de que las cosas mejoren.
Me puse a leer los autores que te gustaban. Pura poesía, puros juegos de palabras, puros sueños disfrazados de letras y colores y música. Escuché a Bach, a Chopin, buscándote. Ahí estabas, del otro lado, tarareando y pintando. Pero no puedo tararear ni pintar mientras: yo cuento compases, busco escalas, identifico acordes.
Te escribo porque, al final, logré que te aparezcas, de una manera un poco extraña, tal vez. Pero me hace bien tenerte ahí.
Hice un garabato gigante en la pared con tu labial rojo clarito. Hice nubes, lluvia, y te dibujé a vos, chapoteando entre los charcos.
Antes de irme de casa te sonrío, y ahí estás. Porque ese lío de colores y volteretas sí sos vos.
Algún día lo voy a borrar, o le pintaré algo arriba. Mientras tanto, me hace bien que estés.

martes, 20 de noviembre de 2012

Quiero un abrazo, que me acaricien el pelo, que me regalen sonrisas, que me hagan un café con leche o unos mates, que vengan a comer galletitas a mi casa, que canten conmigo, que me inviten a pasear, que tomemos helado mirando vidrieras, que miremos las gotitas de lluvia bailando en la ventana, que me hagan reír.

Pero pedís mucho y no hacés nada por los demás, Juli.