miércoles, 9 de enero de 2013

Valeria

Valeria viaja sentada en el 132, al fondo, contra la ventanilla. Mira a través del vidrio, sin ver nada realmente; sus ojos saltean imágenes, personas, locales. Está leyendo un libro viejo, de esos a los que ya se les despegan las hojas del lomo y tienen un color sepia, pero de a ratos mira distraídamente hacia afuera. Y mueve los pies con esos movimientos cortitos y repetitivos que hace la gente cuando se aburre o se impacienta.
Se ríe con algunos pasajes del libro, a carcajadas. Algunos la miran de soslayo, disimulando más o menos. Muchos, con los auriculares puestos, no la escucharon nunca.
Lee rápido, se nota por la velocidad con que mueve los ojos y con la que cambia de página. Tal vez esté llegando a alguna parte importante y crucial de la historia. Quién sabe.
Se la nota impaciente y ansiosa, está leyendo demasiado rápido. Tal vez se da cuenta, porque interrumpe la lectura.
Después abre la ventanilla, dándole la cara al viento que ingresa. Cierra los ojos, mientras el viento la despeina. Seguramente piensa sobre los personajes, lo que les sucede, cómo resolverán su problema. Sigue leyendo y riéndose, cada vez más fuerte.
Pero en un momento, algunas páginas más adelante, comienza a cambiar de expresión. Abre los ojos como platos, se acerca el libro a la cara, se enmudece, vuelve a la página anterior con violencia, como si no entendiera algo. De golpe, lo entiendo. Ella sigue hojeando esas páginas, mira, va y vuelve; no lo va a lograr. Me apeno, pero no hay nada que pueda hacer para ayudarla.
Llegó a la mitad del libro. Viejo, arruinado, ha pasado de mano en mano durante años. Es lógico que algo así pudiera pasarle.
Le faltan las dos hojas del medio.

domingo, 6 de enero de 2013

Escaleras

Dos, tres.
La escalera parece interminable.
Tres, cuatro.
Lleva la cuenta desde el tercer rellano. Deberían ser veinticinco escalones más. Pero el final no se llega a ver, está en la penumbra; distingue sólo sombras. "Sólo un miserable e inhumano podría haber construido tantas escaleras", rezonga.
Cuatro, cinco.
La baranda tiene una fina capa de polvo, como si no hubiera sido usada hace tiempo. Tiene sentido, después de todo.
Cinco, seis.
No tendría que haber ido, tal vez. Pero ahí estaba, ya había subido setenta y cinco escalones, no faltaba nada.
Seis, siete.
De golpe, suenan pasos. No, alguien que sube. Alguien está subiendo la escalera detrás de él. Se asusta.
Siete, ocho.
No puede subir más rápido: su pierna malherida no le impide moverse sin antes apoyar en el escalón superior firmemente el bastón. La persona que sube detrás de él corre, él lo escucha: sube de a dos, de a tres escalones.
Ocho, nueve.
Lo siente cada vez más cerca. Ahora sabe a qué viene. Intenta apurarse. "Vamos, un poco más".
Nueve, diez.
Lo escucha jadear. Ya no falta nada. Se da cuenta, ya tarde, de que no hay manera de escapar. Un sudor frío comienza a recorrerle la frente, la nuca, la espalda.
Diez, once.
Escucha un grito, su perseguidor le grita, pero no distingue lo que dice. Entra completamente en pánico. Siente flaquear las piernas, la vista, las rodillas. El hombre lo alcanza y se detiene a su lado. "Dios mío, ya llegó", piensa, indefenso. Apoya todo su peso en el bastón y lo mira. Él le devuelve la mirada con delicadeza, con pena, casi con culpa. -Lo siento- le dice, al tiempo que lo toma de los hombros y lo empuja con firmeza por la escalera, con fuerza, para asegurarse de que su cuerpo ruede tanto como para pasar el rellano, tan sólo once escalones más abajo.
El viejo cierra los ojos, tranquilo, mirando las sombras grises, hasta que ya no ve más.

miércoles, 2 de enero de 2013

Indeciso

Esperá. Aclaremos.
Sí, tengo las cosas claras. Sé perfectamente lo que quiero, lo que me gusta, lo que me interesa, y lo que no.
Tal vez a vos no te interese tanto tener certezas. O tal vez sí, pero no las encontraste. En una de esas buscás de encontrarlas con tanta fuerza que se te escaparon y se fueron por ahí, ¿viste? A todos nos pasa.
Ahora, escuchame una cosita: si te pregunto algo puntual, simple, que casi con una respuesta monosilábica queda respondido... no te digo que me contestes al instante, no soy muy ansiosa y hasta a veces tengo paciencia, pero estaría bueno, buenísimo, genial, que, por lo menos, pienses lo que te pregunté.
Y si no te gusta decidir y no respondés, callate. O por lo menos no critiques.
Sobre todo porque, después de que termino cocinando lo que se me canta porque no me contestaste qué tenías ganas de comer, no está bueno escuchar un "Mmm... por ahí podríamos haber pedido una pizza, ¿no?".