viernes, 28 de septiembre de 2012

Perdiendo el tiempo

Tengo una concepción bastante errada del tiempo, y eso hace que sienta que siempre lo estoy desperdiciando y que debo aprovecharlo al máximo. No veo películas pochocleras, en vez de eso veo por enésima vez "La ola" o "La lista de Schlinder". No leo revistas, porque siento que me quita horas de leer autores como Borges y Kafka. Cuando me voy a patinar, me llevo programas de Dolina para escuchar mientras: historias de los zares de Rusia, mitos nórdicos y curiosidades del Imperio Romano, por ejemplo.
La psicóloga me preguntó qué quiero hacer cuando termine la carrera. Mi respuesta fue inmediata: empezar otra.
Me dio una tarea para esta semana: perder el tiempo. -Bueno, en la medida de lo posible- le dije-, en dos semanas tengo parciales.- Le pareció bien. Su condición fue que no podía leer, a menos que tuviera que ver con la facultad. Tampoco puedo ver películas históricas ni políticas.
Estoy perdiendo el tiempo hace como cuatro días y se me hace imposible. Estuve cocinando, cociendo corpiños (de esos que se les sale el alambre), ordenando, tirando cosas, saliendo a andar en rollers a más no poder. Estoy harrrrrrrta de perder el tiempo, harrrrrta. Supongo que la tarea consistía en que yo viera qué divino es estar al reverendo pedo, pero no sólo que no lo logró, sino que necesito algo que implique una actividad neuronal con tanta urgencia que estoy desesperada. Y lo peor es que sé que me mandó esta porquería porque sabe que tengo un superyó tan rígido que no puedo hacer trampa, no me sale.
En fin, estaré perdiendo el tiempo hasta el próximo lunes.

miércoles, 19 de septiembre de 2012

Llueve


Plic, ploc, pluc.
Las gotas de lluvia sonaban contra la ventana.
Saltaban, jugaban, se chocaban.
A él le encantaban cómo golpeaban. Y le gustaban más ahora que había descubierto que la risa de Luciana era igual: divertida, saltarina, simpática, contagiosa.
Pluc, ploc, plic.
Llovía bastante, por lo que escuchaban desde el dormitorio. La cama estaba contra la ventana y se entretenían mirando el recorrido que hacían las gotitas al caer por el vidrio. Formas de ramitas, de caminitos. Luciana seguía explicándole la diferencia entre una proteína y un polipéptido, mientras le acariciaba los brazos y el pelo. Martín nunca entendía nada, pero le fascinaba la pasión que ella tenía por conocer y aprender. Su cabecita era capaz de contener toneladas de información interesantísima, hasta le daba envidia a veces. Todo era tan fácil, todo para ella era un juego, una risa, un estornudo, una cosquilla.
Ploc, plic, puc.
Luciana se incorporó, se sentó contra la ventana. La luz nublada del día se reflejaba en su espalda blancuzca, delgada, y se iba apagando hacia su rostro y su cuello, que quedaban en la penumbra. Su pelo largo y oscuro caía, desordenado, arremolinado; era una catarata de bucles que se mezclaban. Lo miró, sonriendo, le dio un beso y fue hasta la cocina a preparar café.
Plic, plic.
Tendido en la cama, Martín contemplaba el techo y pensaba. ¿Cómo podía entender ella dificultad alguna para algo, si era tan perfecta, si todo le salía tan bien? A alguien así la vida no le cuesta: la disfruta, la baila, la canta. Y él era tan distinto... siempre preocupado, corriendo, ofuscado y con el entrecejo fruncido. Ella se iba a dar cuenta, ya se iba a dar cuenta que era hermosa, que podía contarle de los polipéptidos a alguien que lo entendiera y que le enseñara más cosas, que su sonrisa podía conquistar mundos, que...
"Shh" se dijo a sí mismo, sonriendo. "Vos también podés aprender a reír".
Plic.