Cada vez me sorprendo más de la capacidad de acostumbramiento que tenemos.
Uno se acostumbra a una persona de una manera en principio sutil, lenta, que se vuelve imperceptible, inconsciente, invisible. Uno se adapta o memoriza sin querer esas pequeñas rutinas que realiza; esos gustos extraños que tiene se nos vuelven normales, esas sonrisas y miradas se nos vuelven predecibles, y sabemos cómo provocarlas.
A veces ese acostumbramiento lleva al hastío, al aburrimiento, a la falta de sorpresas, a la rutina que tanto miedo da y que poco de bueno tiene. Hoy no hablo de eso.
Hablo de acostumbrarse a una persona tanto, que se vuelve parte de uno, o uno se vuelve parte de ella, es indefinible; acostumbrarse hasta que son uno, o dos en uno, o uno en dos, otra vez es indefinible; acostumbrarse hasta que te das cuenta que de verdad, de verdad, dudás si vas a poder seguir igual de bien si esa parte se va con algo tuyo. O si te sacan una parte de vos. Es indefinible, también.
Supongo que estoy en ese proceso de "seguir". Me falta esa parte que te llevaste de mí, y acá hay algo que me falta de vos, que no sé bien qué es, o es todo. Mientras, vos seguiste tanto, tanto, que te veo bien, feliz, contento, completo. Me pregunto a veces si a vos también te faltan cosas, si extrañás mis rutinas, si será que hay algo que sabés que no está y no sabés bien qué es.
Yo sí.
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