Empieza como una molestia en el pecho, en la garganta, cerca de la boca del estómago. Como si fuera culpa, la sensación de algo olvidado, o un secreto.
Lentamente, se va esparciendo. E intensificando. Se hace notar con fuerza, en los momentos menos indicados. Aparece un latido de más cuando te subís al 12, el título de un libro trae un escalofrío desconocido, un chaparrón evoca alguna que otra tarde de películas.
Después se localiza. Se hace notar. Tal vez se canaliza en una somatización, para convertirse en algo meramente físico, al menos por un tiempo. O emerge de entre alguna parte entre las clavículas y el cuello la sospecha de que anda pasando algo.
"Todos tenemos nuestros demonios", dicen. A algunos es mejor enfrentarlos. Pero creo que a la mayoría es preferible ni sospecharlos.
Mientras tanto me esquivo a varios kilómetros por hora, desde los rollers, con Chopin estallando en los auriculares.
¿Y qué pasa con los demonios imposibles de esquivar? Esos que de tan similares a uno mismo se confunden con el propio reflejo allí donde ni siquiera hay espejos? Qué hacemos con ellos?
ResponderEliminarSaludos!
J.
Entonces es cierto que uno anda por la vida con el angelito encima del hombro izquierdo y el diablito del derecho?
ResponderEliminarLos rollers son lo más, para mí que los rollers exorcizan cualquier demonio, qué querés que te diga (a mí por lo menos me sirven mucho para eso).
ResponderEliminarNi bien pueda te mando unas natillas, jajaja!!
Un besito
El 12, compañero de emociones! Y si lo juntas con Chopin, difícil no escribir sobre eso.
ResponderEliminarLos demonios existen. Yo salgo a correr para calmarlos. O escribo. O tomo algo con amigos. No sé...
ResponderEliminarEso sí, lo tengo que decir: no porque sean demonios están siempre equivocados. Digo.
Saludos.
Los demonios nos dicen verdades, nos revelan nuestros aspectos mas ocultos, por eso nos cuesta tanto aceptarlos.
ResponderEliminarSaludos :)
Amapola