Empieza como una molestia en el pecho, en la garganta, cerca de la boca del estómago. Como si fuera culpa, la sensación de algo olvidado, o un secreto.
Lentamente, se va esparciendo. E intensificando. Se hace notar con fuerza, en los momentos menos indicados. Aparece un latido de más cuando te subís al 12, el título de un libro trae un escalofrío desconocido, un chaparrón evoca alguna que otra tarde de películas.
Después se localiza. Se hace notar. Tal vez se canaliza en una somatización, para convertirse en algo meramente físico, al menos por un tiempo. O emerge de entre alguna parte entre las clavículas y el cuello la sospecha de que anda pasando algo.
"Todos tenemos nuestros demonios", dicen. A algunos es mejor enfrentarlos. Pero creo que a la mayoría es preferible ni sospecharlos.
Mientras tanto me esquivo a varios kilómetros por hora, desde los rollers, con Chopin estallando en los auriculares.